domingo, 31 de julio de 2011

Drunk.

No sé.
No es la primera vez que nos pasa. Y aún así no sé como manejarlo, hace tiempo que no sé como manejarlo.
Tu mirada se me pierde. Miras al horizonte y aún así no te encuentras. No nos encuentras. Y yo sigo postrada en la arena, mirando el vaivén de las olas. Entonces hablas... y es como si toda esa calma se rompiese. Mis manos tiemblan, pero se mantienen fuertes... al igual que mi voz, que acrecienta por segundos. Es como si en un instante, hubiésemos pasado la delgada linea del amor y el odio.
Esa línea que nunca quise sobrepasar. No contigo.
Y así pasé, pasé y seguí caminando. Hasta un punto en el que te odiaba tanto que exploté en lágrimas y solté toda esa ristra de palabras que quizás no debería haber soltado. Te hice daño con mis palabras. Pero tú me lo hiciste a mí con tus actos.
Nunca sé dónde meterme. No sé si salir corriendo, seguir llorando, o sentarme y hacerme la autista. Lo único que sé es que tú siempre tienes un sistema; la manera de hacerme callar. No sé por qué me abrazas de repente. No sé por qué me haces cruzar esa línea otra vez y volver a mi bando. Estoy cansada de estos viajes en el espacio-tiempo. Tan solo quiero mantenerme donde estoy, con la buena sensación en el cuerpo. Pero no me funciona.
Te amo tanto como de aquí a la luna... contando el viaje de vuelta también. Llevamos tanto tiempo juntos que me he acostumbrado a ti, a tus bromas, a tus manías, a tus llamadas, a tus cabreos...
Estoy borracha de ti. Borracha hasta tal punto de que no me mantengo en pie, ni tampoco me controlo. Estoy en la peor etapa. Pero... lo que más odio no es tener la sensación de vértigo, ni de que tarde o temprano voy a caer. Lo que más odio es levantarme al día siguiente y tener la peor resaca de mi vida... y que tú solo me des más para emborracharme mientras la resaca la paso yo solita.

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