lunes, 6 de agosto de 2012

y luego tú.


Es aquí cuando clavo mis huesos en el zurcido de las sábanas, amoldo mi cuerpo al colchón, me abrazo a las piernas y me encojo. Me hago pequeña y le miro...

Duele.

Él se tumba junto a mí, se amolda a mi postura e intenta compartir mi dolor. Intenta atenuarlo cogiendo un poco y quedandoselo para sí, pero el dolor es demasiado y se sale de nuestras costillas. Amenaza con herirnos eternamente y es ahí cuando nos miramos con miedo. Con miedo a las alturas, miedo a querernos mal, miedo a estar perdidos. Él intenta que me duela menos, y sonríe. Pero ni por esas se cierra la herida y al final los dos acabamos llorosos, doloridos, con la necesidad de una tirita permanente. Nuestros cuerpos se inundan de huracán, de ruina, de espinas. Él se aferra a mí y yo me dejo hacer. Dos almas heridas en una habitación demasiado pequeña como para contener tanto.

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